Una cosa a la que nos tenemos que acostumbrar los aficionados a los bonsái, es, a las pérdidas de algunos ejemplares.
Creo que es parte de la práctica bonsái; asumir que algunos ejemplares mueren, es parte de la vida.
Las condiciones climáticas extremas por exceso de calor, viento excesivo o heladas, además de viajes inesperados, hijos olvidadizos o cuestiones ajenas a nuestra voluntad, ponen en riesgo a nuestros estimados árboles. También plagas como: la cochinilla lapa, la algodonosa, orugas u hongos.
Es muy habitual entre aficionados el exceso de riego. Un compañero me trajo su bonsái, un «hermoso ejemplar», con solo dos hojas para que, mientras durasen sus vacaciones lo regase. Ahora esas dos hojas están peor.
La pereza también es un factor contrario. A veces sabemos que tenemos que hacer un cambio de sustrato o algo similar, pero… llenar de tierra la casa, es lo que retrasamos, con la consiguiente pérdida.
Focalizamos muchos esfuerzos y cariño en el cultivo, lo que produce frustración cuando suceden estas cosas, debemos aprender a gestionar esa frustración.
Si queremos bonsái, ya sabemos que la vida sedentaria es el ideal; o contratamos a un jardinero.
Todo este comentario viene a cuento de la perdida de una de las higueras, -nunca estuvo al 100%, pero me gustaba mucho- y el entristecimiento de las hojas de uno de mis más apreciados olivos.